miércoles, 3 de diciembre de 2008

Puzle de mi vida aun sin terminar

El puzle de mi vida comenzó con la primera pieza al nacer yo. Claro que mi puzle ya estaba empezado ¡¡¡O tal vez no!!! Bueno, sea como sea, la primera pieza que encaja en mi corazón y en la unión sanguínea es mi hermano. Y a esté puzle también se añaden dos piezas más, mis padres. Total era un puzle perfecto de cuatro piezas. A estas piezas se fueron uniendo más piezas mis abuelos, mis tíos... Y así fue creciendo con el árbol genealógico de mi familia. Pero hubo una desgracia muy grande. Un día la pieza principal que me dio la vida, se fue, se perdió en otro mundo, y nunca más volvió. Con cuatro años, una parte muy importante del puzle de mi vida, quedó fuera de él. Esa pieza tan importante era mi madre. Con esta perdida, el puzle andaba algo alborotado, roto y nunca más encajó del todo. Ahí quedaba ese hueco pendiente que nadie nunca pudo ocupar su lugar. Aun hoy día después de 44 años, mi puzzle está herido, roto por el centro, justo en una parte vital de mi corazón. Menos mal que la parte izquierda de un trozo del puzle pertenece al corazón de mi hermano aun está intacto, y a él, con el tiempo se ha ido añadido dos trozos más que encajan las piezas perfectas, y son mis sobrinos…

Con el paso de los años se va resquebrajando el puzle, se añaden trozos que lo rejuvenecen pero se pierden otros trozos que son necesarios. Los abuelos se van yendo del puzle.
Mi puzle ha tenido muchos vaivenes y lo han formado muchas personas. Niñas que como yo compartimos juegos, risas, ropas, comida, cariño… y niñas que igual que a mí, su puzle por azares de la vida se les perdió una de las piezas centrales. Nunca sabré como hubiera sido mi vida en otras circunstancias, sí sé cómo fue cuando se añadieron montones de piezas que tuve que ir situando y encajando con el día a día en el hospicio.
Hoy ya tengo edad para pensar y saber que me tocó perderme una parte muy impórtate de mi vida, que no tuve las caricias ni consejos de una madre. Sí puedo decir que recibí muchos palos y mi corazón se llenó de amargura. Pero también sé que mi puzle lo han formado durante mucho tiempo un lugar con muchas niñas, risas, colores y diferentes perfiles, el orfanato donde me crié, estaba lleno de criaturas como yo. Y sé que soy como soy, por la educación que en él recibí. No me crié con un solo hermano y sí con cientos de hermanas que igual que yo perdieron su pieza y encontraron otras piezas que fueron ensamblando.

A veces encontramos trozos que añadimos a nuestro puzle y estos trozos son los amigos. Hay trozos del puzle que nos dan sufrimiento y nos dejan heridas al traicionarnos, pero hay otras piezas, que nos dan alegrías. Inexcusablemente algunas dejan una huella de dolor a su paso y una marca de la herida que originó, que como una diminuta cicatriz, en un principio duele hasta bufar, para finalizar dejando tan solo una señal que con el tiempo, casi ni la vemos o que solo nos acordamos de ella en detalladas ocasiones. Son pedazos que se unen y desunen y que es lo que nos hace distinguir la tristeza de la alegría y el dolor del gozo. Y mientras tanto nuestro puzle se va armando unos días con nubarrones y tormentas y otros días con brillante sol, y un gran arcoíris que alimenta el paisaje de nuestro corazón.



martes, 2 de diciembre de 2008

fin se semana atipico.

Este fin de semana para nosotros ha sido más largo que de costumbre, desgraciadamente. Mi suegro falleció el jueves a las 14:30 y nos llamaron y nos fuimos a Talavera de la Reina. Ahí descansó en el tanatorio en paz, en sus últimas horas de seguir entre nosotros. Le estuvimos velando hasta las 15:20 del día siguiente en que tuvimos que salir del lugar, para dirigirnos a El Real de San Vicente, en donde se le dio cristiana sepultura. Era su voluntad y así se hizo.

Yo el día que me llegue la hora de cerrar los ojos y de que mi corazón deje de bailar al son de los sonidos de su propio tambor, quiero que me incineren, y que no me lloren. Sólo que estén alegres por el tiempo que estuve con ellos y que hice feliz a los demás y ellos me hicieron a mí. Quiero sonrisas de oreja a oreja y quiero que me recuerden con alegría. Que ese mismo día se vayan a bailar, a disfrutar de una bonita puesta de sol, o de un gran amanecer. O pasear, lo que a cada uno le apetezca. Y si no apetece salir, pues estar en casa, pero felices de haber disfrutado de mi compañía y de haber compartido días buenos y malos.

En fin que no nos vamos a poner tristes ahora. La vida sigue y hay que seguir aquí hasta que la naturaleza de nuestro cuerpo quiera soportarnos.
Le pedí el domingo por la tarde a mi compañero de subir a la sierra, estaba preciosa, la noche de antes nevó y me apetecía subir a disfrutar del frio de la nieve y ver el bonito espectáculo de pinos blancos, y el paisaje invernal. También fue una escusa para sacarle a mi compañero de su casa y que le diera el aire un poco. Y me alegré de que saliera esa tarde. Él también disfrutó del paisaje y cambió de ambiente. Yo entiendo que la gente de los pueblos quiera acompañarles en ese día de dolor, pero al final se hace algo pesado. De tras de un: le acompaño en el sentimiento, viene otro y otro y son cientos de personas que acuden a acompañar, la familia lo agradece, pero psicológicamente se les destroza a los hijos y viuda… Después de pasar mucho tiempo, más de 24 horas sin dormir, se quiere que el tiempo pase lo más deprisa posible para estar un poco más en soledad.




Después de dar un paseo por la sierra, bajamos a Bayuela, un pueblo que está a 5 kilómetros del nuestro. Allí había un mercadillo medieval y mucho ambiente. Y estuvimos paseando y había muchas personas de nuestro pueblo y también le daban el pésame a mi compañero.





Como el fin de semana fue largo, me dio tiempo a dibujar y a pintar este mandala. Y me ha gustado mucho. Veo que a cada sol le he dado vida. Que me miran y te miran y sonríen. Pues ala, sonríeles tu también. :-)