viernes, 17 de abril de 2009

La Princesa y la Mazmorra




Cuenta una leyenda que una princesa quinceañera fue encerrada en las mazmorras del castillo. Su único delito enamorarse de un joven de su misma edad, era uno de los vasallos de su padre. Un día en los jardines de palacio la pareja iban agarrados de la mano. Y de vez en cuando juntaban sus dulces y jugosas bocas para ofrecerse su amor. Estaban tan embelesados que no se percataron de que el Rey desde una de las torres los observaba. El Rey enfurecido por lo que sus ojos estaban viendo, mandó a dos de sus guardias subir a la princesa y la encerraran en unas de las torres más altas. Era una mazmorra fría y de paredes sucias y anchas.

Al vasallo lo desterraron del castillo no sin antes torturar y matar a su familia. Él fue testigo de los gritos y suplicas de sus padres y su hermana, menor de cinco años, fue destrozada por dos cachorros de leones. A sus padres los colgaron boca abajo y los apalearon. En el suelo, según cuentan los guardias, había girones de su piel. Iban perdiendo la piel como las culebras al cambiarla. Su carne magulladla eran despojos que por el olor y negrura que tenían, ni las hienas serían capaces de dar un bocado. La tortura duró cuarenta y ocho largas y agonizantes horas.
El lugar se quedó impregnado de la sangre de los campesinos, y sus gritos y suplicas se pegaron en las pareces de la mazmorra y en cada habitáculo del castillo. Cuando el sol se escondía cada día, y la luna salía al llegar las noches, las personas se metían debajo de las piedras, o se encerraban en sus casas taponándose los oídos con algodones para no escuchar los lamentos, pues estos eran tan fuertes, que rompían tímpanos. Desde aquel día, nadie consiguió descansar en paz, ya que una agonizante y tenebrosa tormenta se desataba en sus oídos y cabeza. El Rey murió a la semana de los hechos. Sus oídos, ojos, hígado, corazón... reventaron incapaces soportar el enérgico sonido de las quejas y suplicas de los espíritus dolientes.

El eco se multiplicaba, y hacía que hasta las campanas, en el campanario, repiquetearan durante toda la noche. Los lloros revotaban en las piedras, paredes y torres del Castillo que quedó encantado, aunque más bien, diríamos embrujado. Y la princesa quedó encerrada y desolada. Cumplió 21 años, pues al fallecer su padre y no dar orden de ser sacada de la mazmorra. Quedó en el olvido. Sólo un paje la llevaba cada día el alimento.

Un día de luna llena, lavaba sus dorados cabellos con las lágrimas que derramaba e iba recogiendo en una palancana. Al asomarse por la ventana de la mazmorra, vio que ese día la luna tenía otro color y la sonreía. De pronto, de la majestuosidad de la luna, salieron dos palomas que fueron a colarse por la ventana de la mazmorra, desde aquella noche, la princesa las tuvo por compañía. Cada día recibía por un agujero que había en la puerta, un pan y un litro de leche, que a partir de entonces compartió con las palomas. Ese fue su alimento en seis años que llevaba encerrada. Su piel era blanca y muy delicada. Y su olor corporal olía a leche recién ordeñada y pan caliente recién hecho. Compartían alimento y juegos con sus amigas aladas. A los trece días, vio como de dos huevecillos que la paloma engoraba cada día, salieron unos pajarillos con pelusita. En unos cuantos días más, ya tenían cañamones. Con más tiempo se convirtieron en bellas palomas que retozaban con la princesa encerrada. Las palomas hicieron que sus días fueran más llevaderos y felices. Así pasaron algunos meses y las palomas se multiplicaron por miles y miles.

La princesa cada día esperaba a eso de las nueve de la noche, cuando más gritos había de los espíritus de la familia de su amado, a que él la hiciera señas apuntando con un espejo a la luna. La luz de la luna se reflejaba en el espejo, y de esa forma se envinaban mensajes de amor. En su vida volvió de nuevo la ilusión. Su amado y las palomas seguro que la sacaría del lugar.

Pero un día la princesa dejo de comer, y poco a poco fue enfermando. Las palomas hicieron una reunión y decidieron que tenían que hacer algo. Algo con mucha premura, pues la princesa si no se moriría de pena en la mazmorra. Decidieron unir sus alas y hacer una enorme cama. La princesa sería bajada de la mazmorra en volandas. Otras pocas de palomas fueron al encuentro de su amado y los llevaron volando hasta un lugar seguro. La luna fue testigo y su luz los iluminó para no chocarse con los árboles que dormían en la noche. Los depositaron en el bosque en un enorme árbol que un tiempo atrás había sido convertido en un pequeño y acogedor palacio. Al día siguiente despertaron de la horrible pesadilla. Allí no había alaridos, no había lamentos ensordecedores. Crecían las flores, las ardillas corrían y el agua de manantial forma una bella cascada. Fueron felices, tuvieron cinco niños tan preciosos como la luna y tan libres como las palomas.


.

miércoles, 15 de abril de 2009

Pico de San Vicente (en El Real de San Vicente)

A traves de la ventana puede haber un alito de esperanza.

Seguía lloviendo y una espesa niebla envolvió mis pensamientos. Mis ojos veían como las gotas de agua caían con parsimonia sin ningunas ganas de llegar al suelo, o de estrellarse contra las rocas. La tierra tenía sed y estiraba su lánguida garganta. El viento azotaba el agua y la alejaba de la tierra, abandonando a ésta a su suerte. La tierra por momentos pensó en abrirse a jirones y renunciar a pedir ayuda, o intentar atrapar unas gotas que calmaran su ansiedad. Solo necesitaba unas pequeñas partículas que le devolvieran la esperanza. Y en esos momentos mis ojos se desbordaron y mis lágrimas fueron absorbidas por la tierra. Llorar, a veces, nos abre una pequeña ventana a la esperanza.

Granizada del viernes 10/04/2009



Pico de San Vicente



Ruinas del Pico de San Vicente.



Frío, agua, viento, nieve, y perdigonazos de granizos. El viernes 10 de abril, por la mañana, hicimos mi compañero y yo una visita al Pico de San Vicente. Está a más de 1.300 metros sobre el nivel del mar. Fue toda una experiencia para mí, ya que nunca logré hacer este ascenso. Le pedí a mi compañero que me acompañara y que nos tomáramos en paseo con relax y así fue. :-) De vez en cuando tenía que empujarme de mis posaderas, jajaja, pues éstas se iban para atrás. Unas veces iba de tras mío, y otras me tiraba de la mano como si fuera un bulto pesado. Al llegar a la cima no sin hacer varios altos en el camino para tomar aire, nos tomamos una naranja para que el jugo nos diera fuerza. Bueno, él no las necesita, está muy ágil. Yo a pesar de estar rellenita, también estoy ágil, pero se ve que el metal por donde pasa mi sangre por mí corazón, con el frío se oxida jajajaja y queda lento.

El paisaje es precioso, a pesar de estar nublado y muy encapotado, con una cortina de seda de niebla y con nieve y granizo a lo largo de la mañana.
Las gotas de agua caían como alfileres en mi rostro.
Me asomé a una gran ventana de la esperanza. Se respiraba paz, pero congelada. Pues el ventanal no abarcaba a tragar el frío que por la serrania hacia. Pude apreciar lo bien que trabajaban con piedras por aquella época. Las ruinas del Castillo fueron construido en la época musulmana, y los últimos que lo ocuparon fueron los templarios.

Logré hacer el recorrido y eso para mí era muy importante. Si se quiere se puede. Esta frase se puede acoplar a las diferentes etapas de la vida. Todo es querer y lograremos las cosas que nos propongamos. Poner empeño, creatividad y sobre todo, muchas dosis de paciencia.

Esta dama soy yo misma, envuelta en capas como las cebollas. Llevaba puesto el pijama de algodón :-) y 4 jerseys de lana. El cuerpo no se quedó frio, pero la cara y manos no me las sentía. Seguro estábamos a menos 5 o más grados. Ha sido una experiencia muy agradable y una meta conseguida.





lunes, 13 de abril de 2009

Senectud



El albor en la cercanía del ocaso,
armoniza con el del color compasivo, alegre y dulce de las flores.
Su anexión trascendental, pasmosa y milagrosa,
a la huida del sol que se esconde tras la colina.

Obscurecer…
El crepúsculo es el misterio vivo de cada atardecer,
súbdito visual de lo perdurable y lo perenne…
La evasión de las formas se adivina,
como una escala luminosa,
por donde asciende la canción dorada tras la montaña.

El corazón de los bosques, valles, ciudades y pueblos, su bruñida melodía adormece, …
Más da tregua a un día afanoso,
en nidales, madrigueras,… con gran actividad y alborozo.
Y un embelesamiento de dicha se presiente,
al sucumbir y cerrar su enorme y acalorado ojo.
El ocaso dio sus últimos suspiros del día.
Un arrebatado preludio, en el poniente se divisa.