martes, 1 de noviembre de 2011

Tac tac,... Soy la Muerte...

... Era una noche fría y el viento arremetía contra el universo.
La puerta de la calle sonó  varias veces. Manuel abría y allí nadie había.
Así una y otra vez, hasta que se fijo en una capa negra que se movía. Algo muy frío se acercó a su oído izquierdo. "Soy la muerte, le susurraba" ¿”quieres bailar conmigo"?
- ¡Naturalmente que no! - respondió con voz profunda Manuel -.Mejor llama en la puerta de al lado, allí seguro te reciban.
La muerte fue a la puerta de al lado, y allí le abrió la puerta un joven que no había vivido más de quince años. Era fuerte, de salud como un roble, y sin ningún tipo de maldad.
La muerte se asustó de su juventud. Salió corriendo en busca de alguien más debilucho. Pues la muerte a vecs es muy cobarde y no quiere peleas con nadie.
Llamó a varias puertas, entre ellas en una casa en donde había cuatro hermanas huérfanas, todas ellas rubias, con largas trenzas. De ojos avellanados y largas piernas.
Afortunadamente esta muerte que llamaba a su puerta era tímida, y salió corriendo al ver tanta belleza.


Al cabo de estar un mes entero dando vueltas, volvió a llamar a la puerta de Manuel. Manuel era un abuelo bonachón, que había enviudado hacía más de 30 años. Vivía solo, ya estaba muy achacoso.
La muerte comenzó a llamar a su puerta con mucha insistencia, como si fuera a apagar un fuego.


Pero Manuel no salió a abrir la puerta. Estaba comodo en el sofá durmiendo. Entonces la muerte vio que una de las ventanas del salón estaba entornada. Entró sin permiso y se metió en el cuerpo de Manuel.
Al día siguiente tocaron las campanas de la iglesia a misa de funeral.
La muerte fue compasiva. No siempre lo es. Se lleva a las personas más jóvenes, y deja a los nonagenarios que ya perdieron todo el combate por vivir.